Es un término desgastado por el uso intensivo que hemos hecho de él. Un abuso derivado del incremento de la importancia de la neurociencia en el conocimiento de las personas, que nos impulsa a analizar conductas y comportamientos. Sin embargo, hace 30 años ya se hablaba de este estado natural del ser humano. Ahora, esta expresión se emplea para definir una situación en la que aparentemente te encuentras cómodo/a pero que probablemente deseas cambiar.
Seguro que ya te has reconocido en esta sensación que acabo de describir. Pereza para asimilar incertidumbres, necesidad de estabilidad en tu vida y preferencia por lo que es previsible. ¿Lo tienes? Ahí está tu zona de confort.
Pero el estado de confort, un lobo con piel de cordero que te otorga paz aparente es, en el fondo, una amenaza para el cambio, te vuelve estable pero poco revolucionario, cómodo pero poco intenso, feliz pero no conforme. Por ejemplo, tienes el hábito de conducir por una carretera en la que cada 50 metros tropiezas con un bache, y aunque dispongas de un itinerario alternativo, cada día repites el recorrido. Aunque te molesta, no cambias. Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.